En 1995, el autor Daniel Goleman acuñó el término «secuestro de la amígdala», una idea que posteriormente apareció en innumerables blogs, libros de autoayuda y videos. De acuerdo con esta idea, una parte del cerebro llamada amígdala es el centro del miedo del cerebro, que a menudo reacciona de forma exagerada a los eventos estresantes y «secuestra» al resto del cerebro. Se dice que hace esto apagando las regiones involucradas en el pensamiento racional, como nuestra corteza prefrontal, y dejándonos a merced de nuestros impulsos emocionales indómitos.
Esta idea se basó en la evidencia neurocientífica disponible en ese momento. Los primeros estudios de neurociencia mostraron que la amígdala participa en el aprendizaje de cosas que pueden causarnos dolor y en la movilización de nuestra respuesta de lucha o huida (miedo) para hacer frente a estas amenazas. Al mismo tiempo, otros estudios demostraron que la corteza prefrontal está involucrada en habilidades cognitivas como la memoria, el razonamiento y el control inhibitorio. Entretejiendo estas ideas, la idea del secuestro de la amígdala parecía una explicación razonable de cómo podría funcionar el cerebro durante eventos altamente estresantes y por qué podríamos tener dificultades para comportarnos de manera inteligente.
Pero en las últimas dos décadas, hemos aprendido mucho más sobre cómo funciona el cerebro, y está surgiendo una nueva imagen en la que la amígdala generalmente funciona en conjunto, no en conflicto, con la corteza prefrontal para respaldar el comportamiento inteligente. En otras palabras, ¡la amígdala puede no merecer tan mala reputación!
Cuando comencé a trabajar en la Universidad de Stanford, Carol Dweck y yo decidimos resumir toda esta nueva evidencia científica en un artículo que se publicó recientemente. Aquí hay algunos puntos destacados.
Primero, si bien es cierto que la amígdala está involucrada en la detección de eventos amenazantes que pueden desencadenar miedo, ahora sabemos que también está involucrada en el procesamiento de eventos gratificantes. Entonces, ¿qué está haciendo realmente? En pocas palabras, la amígdala nos ayuda a detectar y responder adecuadamente a cualquier tipo de evento que nos pueda importar (p. ej., cosas relacionadas con nuestra necesidad de seguridad física, relaciones sociales positivas o competencia/logro). En otras palabras, la amígdala señala si vale la pena perseguir algo porque puede satisfacer nuestras necesidades y generar placer o debe evitarse porque puede obstaculizar nuestras necesidades y generar dolor. Entonces, la amígdala no es solo un centro del miedo en el cerebro. (De hecho, no existe una sola región del cerebro que sea el centro del miedo en el cerebro).
Una segunda observación clave de estudios recientes es que la amígdala juega un papel mucho más central en el comportamiento inteligente de lo que se pensaba anteriormente. Por ejemplo, cuando la amígdala está dañada, las personas tienden a ignorar las consecuencias futuras de sus elecciones, es menos probable que inviertan el esfuerzo para lograr los mejores resultados y es menos probable que prosperen en contextos sociales. Además, los estudios han demostrado que al señalar lo que es importante para nosotros, la amígdala en realidad nos ayuda a prestar atención y recordar información importante. Entonces, en lugar de descarrilar nuestra capacidad de pensar con claridad e inteligencia, la amígdala es crucial para estas habilidades.
Una observación final es que los estudios han encontrado más a menudo una relación cooperativa que antagónica entre la amígdala y la corteza prefrontal. Por ejemplo, la activación en la corteza prefrontal relacionada con una tarea en cuestión es más fuerte y el desempeño de la tarea es mejor cuando la corteza prefrontal recibe información de la amígdala.
Volviendo al título de esta publicación, los hallazgos neurocientíficos de las últimas dos décadas sugieren que no, la amígdala probablemente no secuestra tu cerebro. Si bien es cierto que las emociones intensas a veces pueden llevarnos a hacer cosas que no son sabias, esto puede no deberse a una batalla en la que la amígdala domina la corteza prefrontal. De hecho, la emoción intensa a veces se desencadena por la forma en que interpretamos las situaciones, lo que involucra a la corteza prefrontal.
El mensaje para llevar es que la amígdala y la corteza prefrontal generalmente trabajan juntas para ayudarnos a navegar en un mundo complejo. Sin uno u otro, estaríamos perdidos y tomaríamos malas decisiones. Tal vez esto sea menos emocionante que una batalla real mental, ¡pero estaríamos en serios problemas si nuestras diferentes regiones cerebrales no pudieran jugar bien juntas!
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